domenica 6 gennaio 2013

"Lejano lejano..."Uno dei miei racconti tradotto in spagnolo da Elsa Rovidone

la intensa y hermosa vida de una mujer muy especial antes de que su mente empezara a volar ...

Lejano lejano…
de Tiziana Viganò, enero de 2012
traducida de Elsa Rovidone

Hay niebla, siento frío hasta los huesos, estoy helada y me cuesta pensar, recordar. Sin embargo en el jardín hay luz, sobre la piel siento el calor del sol: la cortina gris está dentro de mí, hay imágenes confusas, no puedo delinear rostros y figuras que quizás han hecho parte de mi vida, tiempo lugares sonidos emociones de lo que he vivido. Apariencia desenfocada, lejana lejana, que de pronto puede llegar a estar más nítida y cercana.

Nací en 1941 en Córdoba, Argentina, me llamaron Susanna, pero para todo el mundo soy Susy, y Nilde, como la abuela. Tuve una niñez estupenda en una bellísima casa con jardín donde todo el día jugaba con mis dos hermanas y con los amigos. Mamá tenía descendencia española y se parecía mucho a su padre Daniel, de Alicante, hombre encantador y refinado, alto, con ojos claros, el pelo moreno y rizado: el primero de mis hijos se le parece muchísimo y lleva su nombre.
Mamá Clara no trabajaba, mi familia estaba bastante adinerada, mi padre y el abuelo eran empresarios, aunque sí, tras varias inversiones inmobiliarias en el campo tuvieron importantes pérdidas económicas bajo el regimén peronista, del cual eran tenaces opositores. Recuerdo como las tres, desde que erámos niñas, nos quedábamos a escuchar con mucha atención los discursos políticos de los amigos de papá que participaban activamente en la rebelión contra la dictadura de Perón.
De muchacha tenía una afición muy grande para la natación sincronizada; mis amigas y yo no nos perdíamos una película de Esther Williams, actriz campeona de este hermosísimo deporte e intentabámos imitarla durante nuestros entrenamientos. También me gustaba la danza, pero tenía que ir a clase a escondidas de mi padre, él quería que me dedicara solamente al piano y al inglés. Además iba al cole y ayudaba a mi madre en la imboliriaria: con su complicidad pude hacerlo todo, y tenía la fuerza para desenvolverme entre todas las tareas de esta vida mía tan intensa y alegre.

Estoy paseando por el jardín y oigo a dos mujeres sentadas en un banco, ¿cómo se llaman?, ¿están hablando de Susy?… ¿soy yo? … me escondo detrás de un arbusto, una llora, la otra dice que estoy empeorando, que no me acuerdo de sus nombres y de los de los niños, que siempre repito las mismas frases y los mismos gestos.
“La enfermera me dijo ayer que la había animado para que diese un nombre a la comida que tenía en el plato, pero tuvo muchas dificultades. Hace unos días se enfadó mucho con ella porque no encontraba una rebeca que en realidad tenía ya puesta. Es terrible, hace un año parecía solamente que estaba cansada y estresada y ahora…”
“¿Pero qué váis diciendo?” grito saliendo de mi escondite “no es verdad, ¿por qué estáis todos en mi contra?” huyo, corro hasta la verja, pero está cerrada, cerrada cerrada.
Estoy desesperada: mi mente se va, ha dejado de ser parte de mí, ¿cómo se atreven a decir que me olvido de las cosas?, no es verdad.
Soy mala: quiero matar a aquel mónstruo que està devorando mis pensamientos.
Soy buena: no volveré a enfadarme nunca más, nunca más gritaré, os lo juro, estaré tranquila…

En una ocasión conocí a Guido: era un chico encantador, un poco más grande que yo, ya tenía diecisiete años, y fue amor a primera vista. Yo era muy guapa, todo el mundo me lo decía, tenía el pelo largo y rubio y un cuerpo suave pero atlético, modelado por la natación: él me decía que mis ojos eran más azules que el cielo y de las flores de jacaranda… en cambio él tan moreno… Cuando me declaró su amor me regaló un disco titulado “El dìa que me quieras sabrà que te quiero”. Me acuerdo de cuando venía a cogerme con la Vespa, y una de mis hermanas se venía con nosotros para vigilarnos, no tenía el permiso de estar a solas con él.
Un día desapareció y no volví a saber nada de él para un tiempo; cuando supe que su padre lo había enviado a Mar del Plata, una ciudad del océano Atlántico, para organizar el trabajo de una nueva empresa que había puesto en marcha, empezé a pensar que quizás hubiesemos terminado, estábamos tan lejos… Pero luego decidí tomar la sartén por el mango: le envié un telegrama pidiendole sin rodeos, si debía considerarlo o no mi novio. La respuesta no tardó en llegar, volvió enseguida y dos meses después nos casamos, en el día en el que yo iba a cumplir los dieciocho.
Ni siquiera había terminado el colegio, pero no me importaba, estaba en el séptimo cielo, me parecía un sueño. Tiré a la basura mis proyectos de ser abogado, las discusiones con mi padre que me quería notario, todos mis empeños. Yo sólo veía a Pedro y nada más.
Recuerdo el día de la boda y el banquete en casa del abuelo, en estilo bavarés, recuedo las persianas de madera con huecos con forma de corazón, el jardín desbordante de flores tropicales perfumadas, la gente los amigos la música los bailes, el maravilloso viaje de novios a Estados Unidos. Fuimos también a conocer a los parientes de Guido, emigrados hace años de Italia, desde un pequeño pueblo del Piemonte: ahora vivían en Boston y en Washington; de toda la familia, solamente el padre de mi marido había buscado fortuna en America del Sur y se había ido a vivir a Córdoba, trazando así la senda que llevaba a nuestro destino.

Hoy estoy muy cansada y no me apetece salir, el cielo está nublado y amenaza lluvia. Aquel señor tan distinto que veo de vez en cuando en casa me ha traido una taza de té y un trozo de tarta, no recuerdo quien es, pero seguro que sabe que me gustan mucho los dulces: el dulce de leche, el relleno de la tarta, me recuerda el que hacía la abuela, leche y azúcar daban vueltas y vueltas por horas, era yo que los revolvía para poder chupar la cuchara, todavía siento aquel sabor en la lengua.
Llegan dos niños, muy lindos, ¿quien sabe quién serán? Son rubitos como yo, tienen los ojos claros, como dos pequeños alemanes, se parecen a mí.
Lloro y no sé porqué, ellos gritan “Abuelo! Abuelo!” y enseguida viene el hombre del té, me abraza, me acaricia y me calma. Hace sentar a los niños cerca de mí y les trae a ellos también un trozo de tarta: recuerdo muchas cosas, quiero contarles una bonita historia de hace tantos años…

Mi abuelo y sus cinco hermanos habían llegado de Suiza, emigrados a Argentina al principio del 1900, y había buscado la fortuna en aquel País grande que acojía a muchos emigrantes. La abuela, austriaca, había dado a luz al último de sus hijos en el barco, durante el viaje en el Atlántico,: era una mujer muy fuerte, trabajaba todo el día sin parar, murió hace unos años con 98 años, y aun tenía ganas de hacer cosas, no se paraba ni un momento. Creo haber heredado de ella, además del nombre Nilde, aquel valor y la energía que me acompañaron por toda la vida.
En aquellos primeros años del Noveciento la vida en Argentina era toda una aventura, por lo que me contaba se parecía mucho a la frontera del Lejano Oeste de los Estados Unidos, como se ve en las películas. Me contaba que en aquellos tiempos hasta el Estado pagaba a los “cazadores de cabezas” para matar a miles de indios: un genocidio que llevó a la extinción de una población entera.
La familia se había establecido en Santa Fé y había abierto un negocio al por mayor; desafortunadamente el abuelo se murió pocos años después y la abuela Nilde se mudó con todos los hijos a Carlos Paz, a orilla del lago de San Roque, cerca de Córdoba, la segunda más grande ciudad después de Buenos Aires. Ninguno de los chicos pudo estudiar, sin embargo el espíritu empresarial y el ingenio los llevaron a muy buenas iniciativas, y la unión familiar era tan fuerte que se ayudaban los unos con los otros. El abuelo empezó a trabajar con ocho años en una fábrica de aviones militares junto con sus hermanos; después de unos años empezaron a producir neveras porque todos sabían trabajar muy bien con herramientas mecánicas. Incapaz de estar satisfecho, luego mi padre fundó una fábrica de llantas de aleación para coches, la cual tuvo gran éxito.
La historia de mis abuelos me enseñó muchas cosas, y yo seguí realizándolas durante mi vida: mi familia siempre ha sido el fundamento sobre el cual construir cualquier cosa, el amor y la solidariedad me han acompañado y animado en cualquier momento de la vida, la fantasía y la capacidad de adaptación a cada una de las situaciones que la vida nos ofrece, también la más difícil, me ha permitido superar barreras que habrían bloqueado a muchos, pero yo nunca me rendí, nunca.

Aquel hombre es una presencia constante, me ha dicho que le llame Guido: es muy alto, pero tiene los hombros encorvados, el pelo es blanco, peinados hacia atrás, le grito que se vaya, pero el siempre vuelve, es tan cariñoso conmigo, tan paciente. Hoy me ha traido algunas fotografías, y me he emocionado mucho,  ahora me siento confusa, rara; Otra vez ha subido la niebla y me siento cansada, cierro los ojos porque quiero dormir y él me mece como una niña. 

Empezaban los años 60 y con ellos mi nueva vida, llena de entusiasmo y vitalidad.Por dos años llevamos una vida de nómadas, porque Guido, después de la inesperada muerte de su padre, tomó el mando de la empresa de familia y seguía poniendo nuevas fábricas en varias zonas de Argentina.
Yo siempre estaba cerca de él, estuvimos seis meses en Salta, hermosa ciudad de origen colonial en el norte oeste del País, luego otros seis meses en Resistencia, en el desierto del Chaco, donde el calor horroroso no nos dejaba respirar.
Cuando me quedé embarazada de Miguel parí en Córdoba, mientras Guido siguió viajando. Enseguida nacieron Oscar y Alexandra: en tres años, tres hijos. Luego otra vez una mudanza a Mendoza, cerca de la frontera con Chile; era la ciudad del vino, pero nosotros vivíamos en una casa en el parque natural de fuentes de agua mineral, agua que bebimos toda la vida.
Otro embarazo, Patricia, otro destino, Concordia, un pueblecito microscópico al límite con Uruguay con muy pocas casas, ninguna de alquiler, así que buscamos un alojamiento de lujo.
No era fácil viajar en aquellos años, las carreteras estaban muy mal, puentes y balsas inexistentes, todavia se tenía que construir las vías de comunicación en aquel enorme País con tan pocos habitantes,igual que en la época de los pionieros de Estados Unidos. Un día, casi nos matamos en un accidente con una camioneta en una de estas carreteras destrozadas: la cuna de Patricia, recién nacida, se llenó de vidrios del coche. Por suerte ella y todos nosotros resultamos milagrosamente ilesos.
Miguel, el más grande, ya tenía seis años y tenía que ir al cole. Había llegado el momento para nosotros de pararnos y volver a Córdoba para echar raicés: agradezco mucho aquella vida gitana que tanto me dio, me enfrentó a varios mundos y experiencias que de otra manera no habría conocido, que me enriqueció mucho abriendome la mente.

He puesto un disco de tango y la música se está difundiendo por toda la casa, un chico guapo alto y moreno me conduce en este baile sensual.

En Córdoba vivíamos en una hermosa casa sobre una colina, en el barrio residencial más bonito de la ciudad, todos los niños iban al colegio alemán, y yo tuve otros tres hijos, Daniel, Guido y Pablo,¡en diez años siete hijos!
Y así era, siempre estaba embarazada, con un bebé entre los brazos, los pequeños no me dejaban ni un momento para respirar, no podía pararme y descansar ni un segundo, pero esta era la familia con que siempre soñé, para toda mi vida.
Por suerte nunca estuve sola en enfrentarme con las fatigas de una familia tan numerosa: una pareja de servicio me ayudaba en todo, desde las tareas domésticas hasta criar a los niños y mis hijos aprendieron mucho de ellos. Vivían siempre al aire libre, en nuestro jardín, corriendo, jugando, yendo en bicicleta y por supuesto, peleandose.
Gozé de cada instante de esta vida: recuerdo las fiestas Navideñas y de Pascua, los cumpleaños, los esplendidos banquetes que organizaban mis amigos donde los bailes eran el centro de la fiesta; mi salón, ancho y elegante, con sus sofás color nata, se abría para estas ocasiones y hasta mis agitados hijos tenían el permiso de sobrepasar el umbral para participar a la fiesta.
En 1971 hice un larguísimo y maravilloso viaje a Europa con mi marido: nos paramos mucho en París, y mientras el trabajaba yo iba descubriendo cada rincón de aquella que para mí, era la ciudad más hermosa del mundo. Luego visitamos España e Italia, la patria de nuestras orígenes, y la exploramos desde el Norte hasta el Sur, hasta Sicilia, emocionándonos en cada instante,fue como un segundo viaje de novios que se me quedó para siempre en el corazón.

Anoche me desperté con pesadillas, y la oscuridad del cuarto me espantó más aún, grité y grité: Guido vino enseguida pero el terror no me dejaba, no paro de temblar como cuando… cuando…

… me secuestraron. Fue en 1973. Estaba esperando a los chicos delante del colegio alemán para llevarlos a casa a comer cuando me raptaron: estuve una semana encerrada en un trastero oscuro, oía los sonidos de una campana y el fluir de un río, pero nunca pude ver algo, ni siquiera mis secuestradores, qué en realidad no me trataron mal; pero mi terror creció cuando después de unos días, sin recibir el rescate, amenazaron venderme a otro grupo de terroristas, los cuales no me habrían tratado con la misma gentileza…
Mi abuelo y mi marido eran importantes Gerentes de empresas, y amigos también del Jefe de la Policía Federal: los agentes irrumpieron en mi casa para coordinar las operaciones mientras mis hijos se habían ido a vivir con los abuelos. Un primo mío, piloto de Formula 2, quiso ayudar a la Policía: con un coche muy rápido logró interceptar a uno de mis secuestradores justo en el momento en que estaba llamando a su casa. Tras ser detenido, confesó, se detuvieron todos los componentes del grupo y quedaron encarcelados hasta el 2000.
En aquellos años Argentina pasaba por un periodo muy malo, devastado por crisis políticas y económicas. Los grupos terroristas empezaron a actuar oleadas de secuestros para financiar sus rebeliones: fue un periodo horrible, como en Italia los “anni di piombo”, y terminó en 1973 con la segunda toma de poder de Juan Domingo Perón.

He encontrado en un armario una muñeca muy vieja, desgarrada, el pelo desordenado, pero puedo peinarla, limpiarle el vestidito y mecerla. Patricia y Alexandra siempre jugaban en el jardín, poseían muchas muñecas, titeres y Barbies, en cambio Miguel y Oscar llegaban en bicicleta como uracanes y estropeaban la casita que las niñas cuidaban con mucho amor…
Tras el shock del secuestro no pude vivir más en Córdoba, y la familia entera se mudó a Carlos Paz, donde teníamos un chalet a orillas del lago.
Conseguí superar aquel momento terrible gracias al cariño de mi familia, pero enseguida empezaron otros problemas muy serios: Argentina estaba a punto de hundirse; después de la muerte de Perón y el breve gobierno de su segunda mujer Isabelita, un golpe militar vio subir al poder a los coroneles y dio inicio al peor periodo de la historia de mi país, que todos nosotros los argentinos queremos olvidar.
En Carlos Paz estaba muy entretenida con un club recién fundado, torneos de ténis, fiestas, competiciones de lanchas a motor en el lago… mi casa siempre estaba llena de gente, amigos, parientes, hijos, amigos de amigos, amigos de los hijos, primos, un vaivén continuo, cada día teníamos a casi 15 personas para la comida. Yo siempre detesté cocinar, así que mientras yo me ocupaba de los negocios, mi hija Alexandra se encargaba de dar de comer a la familia y a los huespedes: no era asunto tan fácil, aquellas peñas de gente jovén y deportiva podía tragarse kilos y kilos de comida al día, y las brasas de la carne asada siempre estaban encendidas.

Luz y sombra se alternan en mi mente, pero estoy feliz de lo que puedo tener presente, pongo ordén en mi vida, y la cuento para que puedan acordarse de mi.
Mi vida ha sido maravillosa, he gozado de ella hasta lo último, he trabajado, he generado, he construido, y sobretodo he amado mucho y mucho me han amado: estoy orgullosa de lo que hice, no tengo arrepentimientos, solo gozo en el recuerdo, he vivido tan intensamente que cada año, cada día, cada minuto vale cuanto una o cien mil vidas.

La crisis económica de 1974 se abatió también sobre mi familia: una multinacional americana llegó a Argentina con el dumping, vendía anhídrido carbónico a un precio más bajo con respecto a la producción en nuestro País, derrotando las fábricas de mi familia y cerrándolas una a una.
Guido no aguantó el golpe y tuvo un ictus, no pudo viajar más y poco a poco dejó de trabajar. Tuve que tomar en mano la situación y reunir mis fuerzas y capacidades: invertí el dinero de la venta de las fábricas en una grande villa para mi familia, en tres tiendas de deporte y en un hotel. Logré entonces, volver a la normalidad, aunque con un estilo de vida más modesto, pero después de los primeros tiempos mis nuevas actividades empezaron a ganar y muy pronto dejé de preocuparme por el futuro de mis hijos.
Volví a gozar de la vida, ibamos todos los meses a Buenos Aires a comprar para nuestras tiendas; habíamos comprado un piso en la gran e intrigante capital, del cual nuestros hijos disfrutaban y Guido también se encontraba mejor. Como cuando vino el periodo de los nacimientos, llegó también el de las bodas: Miguel, el más grande fue el primero, Patricia en 1988 durante un viaje a Italia conoció a un chico y después de 4 meses ya estaba casada. Luego le tocó a Alexandra, y a los demás, uno a uno.
Sin embargo otra crisis económica, más grave de la anterior, se estaba abatiendo sobre Argentina y mi familia: tuvimos que cerrar las tiendas y el hotel. Los altibajos de la suerte y de la riqueza siempre nos han acompañado, pero a pesar de las dificultades mi familia supo levantarse, reinventarse.

Pero yo empezé a sentirme muy cansada: recuerdo aquel último viaje que hice a Europa para visitar a Patricia, recuerdo el areopuerto de Madrid, donde me perdí, y el viaje a Italia, era il 1966 y tenía 55 años. Patricia me llevó a diferentes consultas médicas, me hicieron muchos tests, luego volví a Argentina y empezaron a darme pastillas cada día.
Al principio estuve mucho mejor y todos en mi familia me ayudaban con ejercicios de memoria: tenía que repetir poemas estudiados de pequeña, tablas de multiplicar, verbos, pero a mí me gustaba recordar historias de mi familia, de mi juventud y se las contabas a todos.
Patricia se fue de Italia con toda su familia, vino a Carlos Paz, me ayuda mucho, mis hijos y mis nietos vienen a verme, Guido está también, pero yo sé que no soy la misma de antes, he cambiando, todo me huye de la mente y de la vida, tengo miendo y necesito ayuda… quizás no sé, o quizás sé perfectamente lo que me está pasando…
Tengo miendo y la niebla sigue subiendo, más densa y gris, todas las cosas se alejan inexorablemente despacio, despacio… lejano, lejano.



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